El desarrollo de los seres materiales.
Los seres materiales carecen de conocimiento intelectivo: no saben que son, ni tampoco
que las cosas circundantes son; mucho menos saben lo que ellos y los otros son. Hasta la vida
puramente fisiológica de las plantas, el desconocimiento es total. Los animales poseen un
conocimiento sensitivo, con el que aprehenden su propio ser y el ser de las cosas, pero de un
modo puramente fenoménico y concreto, sin de-velar el ser del objeto ni el ser del sujeto y, por
consiguiente, sin llegar a la conciencia expresa de que ellos y el mundo realmente son. Sólo
alcanzan una dualidad intencional vivida, pero no profundizada ni de-velada en el plano del ser.
Por la misma razón, por esta carencia del descubrimiento del ser subjetivo y objetivo,
todos estos seres carecen de la visión del bien como bien y del fundamento consiguiente de la
libertad: están sometidos al determinismo causal, su actividad, está regulada por leyes
necesarias: físicas, químicas, biológicas e instintivas; no pueden obrar sino del modo con que
están predeterminados; el cauce de su actividad es inexorablemente siempre el mismo.
De aquí que el desarrollo de estos seres sea un desenvolvimiento de la actividad
individual o especifica de un modo ordenado y admirable dispuesto por el Divino Autor, que
gobierna al mundo. Más aún, el Creador no sólo ha impreso la ley natural en cada individuo,
sino que, con la combinación de esas leyes, ha organizado el mundo como un todo ordenado y
armónico, como un cosmos o uni-versus
El verdadero desarrollo.
Por este dominio sobre si y sobre las cosas, logrado por la actividad espiritual de la
inteligencia y de la voluntad libre, el hombre es capaz de un auténtico desarrollo o
perfeccionamiento del ser propio y del mundo, de un aumento del ser o bien en ellos, más allá
del desenvolvimiento natural de las cosas. Así como Dios con su Inteligencia y su Voluntad
libre crea el mundo desde la nada, el hombre, con su intervención inteligente y libre obtiene
nuevos modos de actuar y nuevos modos de ser, acrecienta el bien -o ser- en las cosas y en si
mismo, crea un nuevo mundo, propio y exclusivamente suyo, que continúa, amplia y
perfecciona el mundo natural, y que le permite ir más allá y sobrepasar los cauces y el ámbito
de la actividad necesaria de las cosas y del propio hombre y conseguir perfeccionar y acrecentar
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